Desde hace mucho tiempo nuestro país se ha sumido en una especie de temor vacilante, va y viene, pero no se detiene y cada día hay una cifra mayor que el día anterior, una tras otra vienen las noticias de que una familia ha sido devastada por el impacto de una sola bala, como si se tratara del batir de las alas de un insecto que causa un incontenible huracán.
El contador no para y el miedo no duda en aparecer, ¿es así como queremos vivir? Porque estamos saliendo a la calle con temor, estamos preocupados todo el tiempo por aquel hijo, aquella madre o aquel niño que se demora un poquito más de tiempo en llegar a casa, nos estamos encerrando en casa para no escuchar más estruendos y apagamos la televisión para dejar de ver las tragedias. La intranquilidad no es un estilo de vida, es una prisión de la que queremos salir.
¿Dónde está la paz que tanto anhelamos? Cada día esperamos estar a salvo en nuestro vecindario, afuera de nuestro colegio o universidad, llegar ilesos a casa después del trabajo y encontrarnos con nuestras familias. No es justo tener que vivir con miedo, esperando incluso el ser abordados por personas que no se detienen, aunque se trate de una persona mayor, una persona en estado de indefensión, un niño, una mujer embarazada u otro.
Cada día gritamos luchar por la paz y la solución no está en combatir el fuego con fuego, deseamos crecer y vivir en un ambiente pacífico, en una Colombia y claro está, una Tuluá sin crimen, sin muerte, ansiamos estar en el lugar ideal para estudiar, trabajar, jugar y vivir.
Seguiremos buscando la paz, pero no será a expensas de la vida o del bienestar de los demás, no hay excusa para dañar a alguien, para despojar a alguien de sus cosas y mucho menos, arrebatarle la vida a una persona inocente que cometió el único crimen de salir de su hogar con la esperanza de regresar nuevamente.