Este domingo celebramos en la Iglesia universal la solemnidad de Pentecostés, es decir, la venida del Espíritu Santo sobre la iglesia naciente.
Después de su resurrección de entre los muertos y de su ascensión a los cielos, Jesús, tal como lo había prometido, envía su santo espíritu que revitalizará la fe de sus apóstoles y les dará la fuerza necesaria para predicar el Evangelio por todas partes, por lo que desde ese momento se inicia entonces la labor evangelizadora de la Iglesia universal y que sigue vigente después de dos mil años de este acontecimiento.
En esta fiesta celebramos el nacimiento de la Iglesia fundada por Jesús y que está presente en el mundo entero.
Cada uno de nosotros, como parte fundamental de la iglesia, ha recibido la acción del Espíritu Santo en varios momentos, en primer lugar, en el bautismo, donde con la unción con el Santo Crisma y, en un segundo momento, cuando el obispo, con la plenitud del Espíritu Santo, vuelve y nos unge con ese Crisma en el sacramento de la confirmación.
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Ese Espíritu Santo recibido en estos sacramentos y que viene nuevamente en esta fiesta de pentecostés, tiene que llevarnos a nosotros a ser mensajeros de Jesús, a llevar su palabra a todas partes iniciando por nuestras familias, a las cuales debemos motivar su crecimiento en la fe, y sobre todo a ser instrumentos de paz en medio de nuestras comunidades.
Así mismo, recibimos de ese santo espíritu una serie de dones y de frutos que nos tienen que llevar a vivir plenamente nuestra vida de fe, a unirnos cada vez más a Jesús a través de su santa Iglesia, de los sacramentos y de sentir que tenemos una obligación como cristianos de ver en cada uno de los más necesitados el rostro de Jesús.
Hoy, en medio de tantas vicisitudes como vivimos, es necesario volver a pedir a gritos ven Espíritu Santo ilumina nuestra vida y llevamos siempre por el camino de la paz, de la solidaridad y del amor a Dios y a los hermanos.