Después de más de dos años usando la mascarilla, al parecer, estamos cerca de volver a la normalidad. Cuando el 20 de marzo del 2020 nos informaron que estábamos viviendo una pandemia, sentí que me habían metido mágicamente a una película de ficción.
Pero si bien el famoso covid 19 causó enormes e irreparables daños, también tenemos que reconocer que dejó muchos aprendizajes. La solidaridad, compasión, reciprocidad, justicia, honestidad de muchas personas se mostró, en los momentos más críticos, en forma directa e indirecta, pero a la vez se vieron actitudes de egoísmo, deshonestidad, injusticia y mentira. Es evidente que las crisis sacan a la luz lo mejor y lo peor de la condición humana.
Y a pesar de que se siente bien despojarse de la mascarilla, así como no volver a sentir sofoco o calor cuando caminamos con ella, reconozco que me siento extraña y hasta siento temor de salir a la calle sin taparme la boca.
Hablar cara a cara con otras personas, entrar a almacenes, subirnos a un carro o medio de transporte público, genera dudas y miedo de contagiarnos con el bicho.
He conversado con muchas personas sobre el tema y no soy la única, es más, ese síndrome tiene un nombre y se llama Síndrome de la cara vacía, que es precisamente esa sensación de inseguridad que genera el andar sin mascarilla. Dan ganas de devolverse a casa, bañarse en alcohol y no volver a salir.
Pero se que todo será cuestión de tiempo, pues no se puede dar marcha atrás, todo pasará, es más, hay que afrontar la nueva realidad, porque tampoco sabemos que pueda pasar mañana.
Recuerden amigos míos que somos animales de costumbre y, en un tiempo no muy lejano, se nos olvidará la pesadilla que vivimos y jamás tuvimos en nuestros planes y mucho menos en nuestros sueños.