Podría comenzar haciendo la siguiente pregunta: ¿En qué momento nos dejamos llevar por las apariencias? Juzgar se ha vuelto tan común que pasamos por alto cuando lo hacemos y el refrán no juzgues un libro por su portada se ha quedado sin efecto con el pasar de los días. Todos los días convivimos con personas que actúan de diferentes maneras, conocidos y desconocidos con los que cruzamos miradas, la mayoría de las veces nos vamos directamente a suponer. Nos encontramos con una mujer conduciendo y al menor error exclamamos lo mal que lo hace, porque las mujeres no saben conducir. Nos convencemos de que los niños son incoherentes y los adultos son completamente reflexivos y nos resulta complicado aceptar que un anciano pueda estar trabajando aún a su edad.
Tal vez algún día nos encontremos con alguien en una discusión y que esta llegue a tal punto de que esa persona nos responde con exasperación, sin medir sus palabras; que bueno fuera que en lugar de seguir con el altercado respondiéndole de la misma manera, hiciéramos una pausa para hacer una serie de preguntas: ¿Te sientes bien? ¿Te sientes amado en casa? ¿Quieres hablar al respecto? Porque aunque solo atendemos a sus palabras y actitudes groseras, no vemos de dónde viene toda esa impotencia, quizá tristeza y soledad. Finalmente nos encontramos con la generalización: Todos los adolescentes son rebeldes, todas las relaciones entre jóvenes son tóxicas o todos los abogados son ladrones, son claros ejemplos que encontramos en nuestra localidad; prejuicios de edad, apariencia, profesión, religión, etnia, género, apariencia física, entre otros. Con el tiempo hemos olvidado que cada persona es un mundo diferente, un pensamiento distinto y un concepto totalmente único; ignoramos que cada persona es un ser que carga con una historia, cicatrices y sentimientos que con empatía y tolerancia, podemos llegar a comprender.
¿Qué tal si nos paramos a cuestionar si toda su actitud es culpa de ser un adolescente? Podríamos saber si es así porque tiene problemas en casa y si sus notas bajaron no se debe necesariamente a que no quiere estudiar, tal vez no tiene la ayuda suficiente o tiene problemas en el salón con algunos compañeros. Hay tantas cosas que considerar, pero las ignoramos instantáneamente porque nos centramos en los prejuicios.