Al momento de escribir estas líneas ya Tuluá registra un total de 105 muertos, una cifra que para muchos, no pasa de ser un número más que marcará seguramente una estadística macabra de este 2021. Sin embargo, para la mayoría de nosotros tiene que ser un motivo de reflexión sobre lo importante que es la vida humana. Es fácil en medio de la zozobra que se crea ante tantos hechos violentos responsabilizar al alcalde de turno. Pero miremos un poco que pasa al interior de nuestras familias en donde debemos iniciar un proceso de formación en valores que no se hace en la actualidad.
Pregunto, ¿dónde están los padres de familia de estos jovencitos que andaban haciendo daños el 31 de octubre pasado o que participan de piques arriesgando su vida y la vida de los demás? ¿Dónde están los padres de familia de estos niños que ya consumen sustancias psicoactivas y que negocian con las drogas en un mercado de la muerte? ¿Por qué un alcalde o gobernador tiene que decretar toque de queda para los jóvenes, cuando eso tendría que ser responsabilidad de los padres de familia que deben dar órdenes claras para que sus hijos no salgan a altas horas de la noche?
Es claro que en Tuluá, como en Colombia la vida humana vale muy poco, y es necesario plantear en todos los ámbitos de la sociedad: familia, escuela, estado, medios de comunicación y sociedad civil una formación clara donde la vida sea respetada desde el vientre materno, donde podamos pensar diferente, donde podamos trabajar de manera honrada sin acudir a la venta de sustancias prohibidas y que llevan a la muerte, donde podamos opinar sin temor a ser asesinados, donde podamos vivir los auténticos valores del evangelio que el maestro de Galilea nos predicó y donde se registra la máxima sentencia de NO MATARÁS.