El presidente electo, con casi 30 años de experiencia legislativa, de buena fe ha impulsado el gran Acuerdo Nacional para que el movimiento político que lo impulsó, el Pacto Histórico, junto a los partidos tradicionales saquen avante las reformas legislativas que posibiliten el cambio prometido en campaña (reformas agraria, tributaria, política, de salud, pensional, y paz total) Algo por el estilo ocurrió en la España post franquista cuando en 1978 se convocó al Pacto de la Moncloa a todos los sectores políticos, como lo recordó el nuevo canciller Álvaro Leyva.
Pero como estamos en Colombia, donde hay una clase política fuertemente acendrada en las élites que dominan el país, élites muy bien expuestas para los últimos 30 años en una investigación académica recientemente publicada, y adelantada por Jenny Pearce y David Velasco que da cuenta que entre 66 familias se reparten el poder en el país. Por supuesto, si le van a votar proyectos de ley a Petro no va a ser precisamente el altruismo el que dirija sus voluntades sino su apetito burocrático insaciable, por lo que no están dudando de su continuidad en las más de 300 entidades descentralizadas del orden nacional que es de donde sacan los recursos para gestionar sus campañas electorales de sospechosa reputación. El dilema de la gobernabilidad Petro está entonces en si les deja la repartija burocrática a los de siempre para que le voten las leyes necesarias que permitan dejar sembrados los cimientos del cambio social que requiere el país, o si por el contrario le otorga a la izquierda el derecho a coadministrar el Estado desde las regiones así le trunquen todas las reformas que amerita la nación.
Las dos posiciones tienen sus pro y contras, pero como sabemos que los extremos puros son impracticables en la política diaria (el ejemplo de España es dicente) tendrá que ir por la línea del medio, sin dejar de contentar a la politiquería, pero tampoco sin restringir el derecho ganado de la izquierda a coadministrar desde las regiones ya que sin burocracia, perdonen el pragmatismo, el Pacto Histórico está condenado a la derrota eterna y a autoconsolarse con la dignidad que ésta conlleva. Veremos a partir del 8 de agosto cómo se pone el baile, ojalá sin que sobre la izquierda, que es lo que ha sucedido durante 203 años de vida republicana de Colombia.