La ausencia de información adecuada y oportuna de los mismos medios de comunicación conducen a formar un escándalo periodístico que por supuesto hace más daño que bien a la sociedad en general causando confusión e incertidumbre sobre acontecimientos que han sido resueltos a través de la ley y la jurisprudencia.
Así sucedió lamentablemente esta semana que pasó cuando a una señora de la capital antioqueña se le negó el derecho a aplicarse la eutanasia, teniendo en cuenta que no cumplía con el requisito de encontrarse en una etapa terminal de su enfermedad, según el comité médico que le correspondió atender su caso.
En Colombia la eutanasia fue despenalizada en 1997 pero solo se convirtió en ley en el 2015 y desde entonces se han practicado 157 procedimientos y en el mes de julio pasado la Corte Constitucional extendió el derecho a una muerte digna a quien padezca “un intenso sufrimiento físico o psíquico” por causa de una lesión o enfermedad incurable y en el caso de la paciente paisa, se había convertido en el primero en aceptarse cuando no se tenía una enfermedad terminal.
A pesar de la reglamentación existente y procedimientos ya aplicados en el país, el hecho se convirtió en una explosión de comentarios que banalizan la vida en sí misma considerada y la convierten en la “moda” de la información pertinente y comienzan a salir casos en uno y otro lado, sin ninguna responsabilidad social y respeto por la dignidad misma de la persona humana.
Sabemos que el derecho a una muerte digna es personal, íntima y consciente, cuando la persona decide firmar un documento de voluntad anticipada, la forma como quisiera que fueran sus últimos días en caso de una enfermedad grave, cuyos sufrimientos serían insuperables de soportar.
Todo está debidamente reglamentado, siendo Colombia el único país de América Latina en legalizar la eutanasia, entre otros siete países del mundo, se comprueba lo delicado y complejo que es decidir sobre el fin de la vida y para nuestro caso en particular, cuando la gran mayoría de la población es considerada católica y la posición de la Iglesia es radical en cuanto la decisión de poner término a la vida, en cualquier situación es un suicidio y no obedece a la voluntad de Dios.
Vale la pena recordar en el mundo actual, el valor que se otorga a la vida animal, como por ejemplo a los caninos, cuyos propietarios hacen hasta lo imposible por salvarlos de la muerte y el mismo respeto que renace ahora hacia todos los elementos de la naturaleza y no podemos ocultar, lo que vemos en los juegos paraolímpicos, cuando la discapacidad indiscutible del hombre y de la mujer, no los limita en sus esfuerzos por continuar dándole un sentido a su existencia. En estas circunstancias, bien vale la pena reflexionar sobre la importancia de vivir dignamente, para no ofrecer una mirada superficial y comercial a la muerte misma, a través de los medios de comunicación. Es necesario que no caigamos en el relativismo reinante acerca de la vida, como se observa actualmente, cuando se elimina a hombres, mujeres y niños, sin contemplación ninguna.