El viejo adagio popular que la gente se acostumbra a decir a veces: “primero yo, segundo yo y tercero yo”; se refiere a preferirse a sí mismo en muchos casos sobre los demás. Y tiene sentido cuando se trata del emprenderismo. Obviamente por la famosa ley de atracción del dinero: “primero debes pagarte antes que a los demás”. Todo el esfuerzo y empeño por lograr que un negocio funcione y dé para todos sus gastos de funcionamiento, más un margen de contribución para el dueño, es fundamental para lograr un día, la tan anhelada libertad financiera.
Pero en el amor, poco se puede aplicar. Quizá no es funcional. Ese dicho va en contravía de la naturaleza misma de él; ya que quien se pone de primero en una relación siempre, en un momento dado, terminará por hacerle daño a ese ser que tanto dice amar, más a sí mismo y a los demás miembros de su contexto familiar, pues ellos también llegan a apreciar e incluso a amar al nuevo miembro con el paso del tiempo.
La persona que aplique esa ideología, tarde o temprano se descubrirá afligida en medio de todos sus problemas del diario vivir, ya que, en el amor, quien no es capaz de sacrificar espacios, posturas u otros factores; quien no asume con responsabilidad la relación, el compromiso ético y moral, y sigue su vida sin importar lo que su pareja sienta, piense, o haga, inexorablemente terminará enfrentando la vida sola.
Quien actúa de manera egoísta en una relación de pareja, en una sociedad conyugal o de unión libre, al final terminará comprendiendo que ha autodestruido su propia felicidad; cuando su pareja ya no esté, porque a veces por orgullo se tensa tanto que al final se rompe el vínculo del amor.