Hace 200 años el Libertador Simón Bolívar decretó la pena de muerte para quienes se apropiaran de los recursos públicos y tal como lo comprueba la historia, el denominado “cáncer” de la democracia no ha podido ser estirpado, pese a todos los anuncios y esfuerzos de los gobiernos a través del tiempo y teniendo en cuenta que el castigo está consagrado en la Constitución del 91 y las penas han aumentado severamente en Decretos y la legislación vigente.
Todo ha sido en vano, es un fracaso total de los gobernantes y, aunque se conoce a fondo el problema y las raíces del mal, la corrupción persiste y hoy se convierte en la bandera principal de los aspirantes a ocupar el primer puesto de la Nación.
Es un “gancho electoral” que va amarrado a otros temas, como la injusticia social, el desempleo, la salud y la vivienda digna, entre otros argumentos que esgrimen, pero que no solucionan nada en concreto, porque se justifican en que se trata de un “fenómeno mundial”.
La muletilla anticorrupción, se ha vuelto de obligatorio discurso electorero.
En los últimos años hemos tenido por lo menos tres estatutos anticorrupción, pero todo ha quedado en “letra muerta” y si cae algún delincuente de “cuello blanco” tiene tantas prerrogativas, que a la hora de la verdad, la impunidad campea alrededor de sus celdas cómodas y sofisticadas y el castigo se convierte más bien, en un premio con todos los privilegios existentes.
De esta forma, puede deducirse, que todo lo que dicen en peroratas largas y repetitivas, todos los candidatos, no es más que un sofisma de distracción para cautivar incautos, recoger votos y no perder la buena imagen ante el público en general. Para combatir el mal, solamente es necesario hacer cumplir la Constitución y las leyes, todo está ahí consagrado y explicado ampliamente.
Y no es necesario tantos discursos inconsecuentes y obsoletos, a no ser que veamos a otros países como ejemplo, en donde se aplica la pena de muerte, el corte de los miembros superiores, entre otros castigos que sobrepasan toda nuestra imaginación de carácter occidental.
Se debe hacer un esfuerzo entre el poder público y el sector privado, pues la corrupción campea en ambas partes, será una tarea conjunta con la ciudadanía muy actuante y participativa, en donde se consagre la ética, como eje fundamental del buen gobierno, pero no se soluciona desde las tarimas de campaña electoral ni mucho menos desde la redes sociales, que contaminan inmisericordemente al mundo moderno con mensajes que no por atractivos, son menos irreales en la práctica para su eliminación.