En su texto “La ventana a la calle”, expresa Franz Kafka que todos necesitamos en la vida un brazo al que nos podamos aferrar, ya sea una ventana a la calle para aquellas personas solitarias, la familia, o como en su caso: La literatura.
Buena parte de sus libros fueron escritos con disciplina espartana y con la misma constancia que pregonaba por la amistad hacia su amigo Max Brod, más no con el amor: tuvo varias novias a quienes plantaba antes del compromiso matrimonial, hechos que ocurrieron cuando trabajaba como abogado en una compañía de seguros.
Dicen en Praga, que Kafka la convirtió en la ciudad de la literatura. Tal vez, como afirma Vargas Llosa, dicha urbe es un monumento al más ilustre de sus escritores. Franz Kafka fue un escritor de Bohemia (zona de tres regiones que conforman la República Checa), que escribía en lengua alemana. Su padre era un proletario rural checo judío; su madre, de la burguesía alemana-judía.
Aunque Hitler exterminó a su familia, Franz escribió en una época en que los judíos, los checos y los alemanes convivían en un relativo entendimiento. Tuve la oportunidad de recorrer algunos de los lugares que simbolizan a Kafka en Praga un día domingo, cuando la ciudad es bella y lúgubre, y cuando el gris metálico de sus calles revelaba que había llovido al amanecer.
Resalto dos sitios: su tumba en el cementerio judío del barrio Strašnice (sus restos reposan cerca de los de su familia) y el museo Kafka – en cuya entrada se ubican dos hombres orinando sobre un pequeño estanque, que tiene la forma de la República Checa – museo que pareciera ser una extensión de su literatura: laberintos; zonas de luz y sombra; música de fondo, que a veces incluye cantos en yiddish; manuscritos originales y varios dibujos, principalmente en tinta negra de notable fuerza expresiva.
A sus 34 años contrajo tuberculosis, falleció en 1924 en el sanatorio de Kierling. En el año 2024 se conmemoraron 100 años de su muerte.