A Álvaro Marmolejo Varela le faltaron 2 años para poder celebrar el primer siglo del Teatro Sarmiento de Tuluá, aquel recinto al que le dedicó más de 50 años y desde el cual regó cultura y conciencia política crítica para la región.
Como el alfarero de La caverna, la novela de Saramago, Álvaro luchó contra el sistema desde su nicho que fue la dirección del Teatro, en un mundo consumista y en caos que desprecia las culturas porque económicamente no son rentables, más en el Valle del Cauca donde hace décadas se instaló moralmente la cultura narco.
Por supuesto su lucha tuvo que ser política, y desde la izquierda concretamente en la corriente ecosocialista que deriva del troskysmo al que se afilió desde la universidad, posición radical y consecuente de la cual nunca renegó y practicó casi religiosamente, tanto que se alejó en la última campaña de Petro porque consideró que el actual presidente de la república le parecía muy liberal, una cuestión cierta.
Es innegable que sostener hoy un teatro de la envergadura del Sarmiento es complejo, una estructura que no ha sido modificada estructuralmente desde su inauguración en 1927 pero que por lo mismo constituye un inmenso patrimonio. Cineclubes, talleres, obras, conciertos, y conferencias que formaron varias generaciones podrían perderse si el Estado no interviene adecuadamente, ya que la edificación es privada y sus herederos naturalmente necesitan ponerla a producir para su sostenimiento y generación de ganancias.
El municipio de Tuluá debe ser su primer doliente, pero ser auxiliado por el departamento y la nación, bien sea comprándolo o arrendándolo, y sin color partidista. El mejor homenaje a la memoria de Álvaro, mi amigo, es la remodelación y continuación del Teatro Sarmiento.