Un amigo de cuadra fue su primer modelo, luego de ver a su tío que ejercía esta oficio, aunque nunca le dio un consejo que lo orientara. Solo su deseo de labrarse un destino y la práctica lo fueron moldeando hasta dominar la máquina manual, la tijera y la barbera que en ese entonces eran los instrumentos que se usaban para el corte de pelo de los caballeros.
Con el paso de los años y viendo la necesidad de profesionalizarse, “Chucho” asistió a cursos y seminarios, especialmente para damas, área en el que también es un experto, no en vano tiene una amplia y fiel clientela, porque para el corte de los caballeros ha sido un autodidacta, porque lo que ve, lo hace.
A Jesús María le es indiferente que lo llamen estilista, diseñador del cabello o peluquero, aunque prefiere que lo denominen peluquero que para él representa todo lo que es.
Recuerda con nostalgia que sus primeros cortes los hizo cuando se radicaron en el barrio Bolívar, posteriormente trabajó en la peluquería que existía en el Café Alcázar de la calle Sarmiento con carrera 22, luego en El Bodegón, calle 26 con carrera 27 y después en la peluquería Gentleman, frente al parque Boyacá. Finalmente se independizó y montó hace 12 años su negocio en la carrera 26 diagonal a la plaza cívica Boyacá, hasta que llegó la pandemia y lo obligó a cerrar.
Estar por mucho tiempo de pie nunca ha sido problema para Jesús María que, aunque parece mentira, cuando se sienta, se cansa. Su labor la inicia aproximadamente a las 8:30 a.m. hasta las 7 de la noche y son muy pocos días los que saca para distraerse.
Cuando habla de tiempo libre se refiere a su epóca de juventud, en la que disfrutaba del aguardientico y la parranda con sus amigos de Comfamiliar y asistía a la caseta Continental, que quedaba frente a Puente Negro, la Olímpico, la del Chillicote y La Farándula.
Nunca olvida que una vez un cliente le reclamó porque lo había dejado con mucho pelo, “pero luego de mirarse al espejo se quejó de que lo había dejado casi calvo; yo le contesté: el que es feo es feo”. El hombre salió disgustado, sin pagarle y nunca más lo volvió a ver.
“Chucho”, ha sido un hombre sano, pero hace poco el corazón le pegó un susto y hubo necesidad de ponerle un marcapasos que lo dejó como nuevo y su recuperación fue en poco tiempo, tanto que le permitió volver a sus labores con más entusiasmo.
Lo que más le gusta a la hora de sentarse a la mesa es el sancocho de gallina, pero no se disgusta si le sirven una bandeja paisa, un viudo de pescado, un atollado o huevos con arroz; se considera un hombre todoterreno para los platos criollos.
Era cliente del restaurante Las Brisas, por su sobrebarriga en salsa.
Por sus manos han pasado jueces, fiscales, médicos, futbolistas, ingenieros, bac-teriológos, amas de casa y toda clase de profesionales.
En cuanto a sus gustos por la música, la vieja y la colombiana son sus preferidas y que no le hablen del reggaetón, no le llama ni cinco la atención.
Solamente fue dos veces al Tibiritabara con un amigo que era carnicero, porque era muy peligroso.
“Chucho”, es uno de los peluqueros más conocidos en la Villa de Céspedes, y amigo de todos, aunque muchos de sus clientes ahora ya están en la eternidad.