Desde que somos niños comenzamos a pensar en qué momento vamos a llegar a la vida adulta y a medida que nos acercamos más nos vamos dando cuenta que es un mundo completamente distinto al que estamos acostumbrados.
No solo es ir y sacar la cédula o tener la edad para poder entrar a un sitio nocturno, sino que caemos en cuenta de que las responsabilidades que ahora tendremos resultan ser mucho más importantes y las decisiones que tomemos tendrán consecuencias reales que tenemos que afrontar, no nuestros papás o nuestros acudientes, sino nosotros.
En el momento en el que dejamos de ser los niños de la casa tomamos un papel más serio en nuestra familia, es correcto que algunas personas tienen que adquirir esas responsabilidades mucho antes de ser adultos, pero aún así es un gran cambio que implica enormes retos.
Aunque vivamos en casa comenzamos a ver la independencia que ahora tenemos, desde cosas tan pequeñas como preparar el desayuno o tener que desplazarnos por nuestra cuenta a un lugar al que necesitemos ir y es cuando sentimos la necesidad de generar ingresos, comenzamos a cuestionarnos qué tenemos que hacer para más adelante tener esas cositas que necesitamos y de pronto ya no son cosas que nos gustan, sino las que tienen prioridad en nuestro día a día, sea en nuestra casa, trabajo o ambiente académico.
No está escrita la forma en la que tenemos que salir adelante, así que todo depende enteramente de nosotros, debemos trazar esa línea que nos guíe a través de un proyecto de vida necesario, aunque lo tengamos mentalmente planeado; con proyectos, planes y objetivos, tendrá altos, bajos e inesperados giros que nos llevará a buscar con esfuerzo el camino correcto.
La vida adulta trae emociones, amor, desafíos, éxitos, decepciones e incertidumbre, la adolescencia nos moldeó, pero es el momento de tomar un rol y salir al mundo, vivir para hacer cambios en nuestras vidas y las que nos rodean.