Iniciamos este domingo en la Iglesia católica universal el tiempo del adviento, que nos invita a preparar nuestro corazón y nuestra vida espiritual para el nacimiento del niño Jesús en esta próxima navidad.
Ya hemos visto en los almacenes y seguramente en algunas residencias, que nos venimos preparando para la navidad, adornos, árboles, guirnaldas que nos permiten descubrir que estamos cerca de una de las épocas más lindas del año como es la navidad.
Sin embargo, y lo prediqué en cada celebración eucarística que tuve la oportunidad de presidir, estamos muy lejos de vivir plenamente el misterio de la encarnación del hijo de Dios en medio de nuestra pobre humanidad.
Celebrar el adviento y la navidad, no es solo adornar la casa y las vitrinas, no es solo dar regalos y comer natilla y buñuelos que ciertamente fortalecen nuestra vida familiar.
Es mucho más que eso. El adviento nos tiene que llevar a perdonar de corazón a quien nos haya ofendido, de ser solidarios de verdad con quien más lo necesite, a acercarnos a Dios de verdad para vivir plenamente los mandamientos y los sacramentos, a fortalecer nuestra vida de oración.
El adviento nos tiene que ayudar a prepararnos espiritualmente para el nacimiento de Jesús, pues ese Jesús está cansado de nacer en pesebres, donde cojamos la imagencita de ese niño y lo pongamos junto a José y María.
Él quiere nacer en el corazón de cada uno de los colombianos para darnos el regalo de la paz y que esa paz que Jesús nos trajo nos permita vivir verdaderamente como hermanos, a descubrir que en cada ser humano está la imagen y semejanza de Dios, a pensar que necesitamos convertirnos a él de verdad, a descubrir que podemos dialogar en lugar de matarnos, a reflexionar en cómo vamos como sociedad y que tenemos que cambiar para poder salir de esta violencia que estamos viviendo y sobre todo, para que a través de la oración a ese niño Jesús le pidamos por todas nuestras necesidades y la necesidades de nuestros hermanos.