Ante la insistencia de mis compañeros de la sala de redacción de este semanario, encabezados por Carlos Palomino y el coro de Carlos Humberto Castillo, Juan Camilo Giraldo, John Vásquez, Gladis Oviedo y Erika Martínez, me han animado para escribir mi primera columna antes de que finalice este año.
Estoy sentado ante el computador tratando de encontrar la idea para escribir esta nota de opinión, y aunque siempre me pareció fácil hacerla, las ideas se agolpan desordenadamente en mi cabeza sin lograr encontrar una que pueda ser agradable para el lector que, me imagino, me va a destrozar con sus comentarios, como yo, cuando en muchas ocasiones lo he hecho con mis amigos que se han atrevido a expresar su idea en un medio escrito. Pero decidí compartir una de las anécdotas de mi vida, cuando me desempeñé como locutor de radio.
En la Feria de Cali, uno de los programas favoritos de los caleños era la corrida de toros, a las que traían a los mejores “matadores” de la época y todas las emisoras de radio, no solo de Cali sino a nivel nacional, transmitían con sus mejores narradores, como Pacheco y Paco Luna, entre otros. En una ocasión trabajaba como locutor en la emisora Radio Ciudad de Cali, una de la más potentes y escuchadas en el Valle del Cauca. Y claro, era nuestra obligación transmitir la temporada taurina, donde los toneros de moda eran Paco Camino, César Rincón, El Cali, entre otros.
Nuestro narrador era nada menos que Vicente Gallego Blanco, una de las voces más conocidas en el mundo del toreo. Para una tarde de toros me designaron como voz comercial, era la primera ocasión que iba a una plaza de toros, pero conocía varias voces que se utilizaban para comentar las corridas. Llegó el quinto de la tarde y como no hay quinto malo, anuncié: «el siguiente toro es de la ganadería Gutiérrez, se llama Polvo de Oro». Quiero contarles que el nombre del toro lo ponían al otro lado del ruedo, pero el narrador confió en mí y durante toda la faena lo llamó Polvo de Oro. Sin embargo, cuando llegó la hora de despacharlo, Gallego Blanco, miró la tablilla con el nombre y se quedó mudo, el toro se llamaba realmente Oro en Polvo.
Desde ese día mis compañeros me empezaron a llamar Polvo de Oro; no era para menos.