Debido a los cambios vertiginosos que han surgido en el mundo durante los últimos años, es interesante plantear como es el hombre que se enfrenta a la psicología en estas primeras décadas del presente siglo y a quien debe comprender y tratar de ayudar.
Detrás de toda psicología filosófica, de todo método educativo hay una antropología filosófica, una noción de hombre que se pretende trabajar. Los marcos conceptuales no nos alcanzan para comprender totalmente a ese ser histórico que ha sufrido influencias tan fuertes y cambiantes en su modo de vida, su entorno y tecnología, en rápida sucesión.
En el pasado siglo, específicamente, varias corrientes incidieron con particular intensidad modificando a ese hombre totalmente en la línea de liberación.
Comenzando con el movimiento psicosomático, que se encontró con un sujeto restringido, reprimido por las exigencias de la educación Victoriana y al que se dedicó a liberar. La patología histórica, producto típico de la educación que prevalecía se fue suavizando siendo menos exageradas en sus manifestaciones, se dio lugar a los impulsos, se empezó a considerar importante la necesidad del niño de expresase y ser creativo.
El movimiento existencialista que impregnó todo el estudio de la vida de postguerra, enfatizó el criterio de libetad, cuyo ejercicio o era caprichoso, sino altamente exigente. Había una responsabilidad y una ética estricta en la determinación de los actos humanos. El hombre, decía Sastre, “es arrojado al mundo y condenado a ser libre».
El hombre de hoy, posiblemente perdido entre la liberad y la tecnología, sumando la Inteligencia Artificial, se ha quedado desorientado, solo y vacío en el presente.