Desde un rincón del mundo que por unas semanas llamo hogar, escribo con el corazón dividido. Estoy lejos de mi tierra y mi gente, disfrutando de paisajes hermosos, pero la Navidad trae un anhelo especial por lo que significa hogar: ese lugar al que pertenecemos y que, aunque nos alejemos, sigue siendo parte de nosotros.
En Colombia, la Navidad es más que luces y regalos; es calidez, reuniones familiares, abrazos y tradiciones que nos conectan con nuestras raíces. Recuerdo con nostalgia las novenas, donde familia y vecinos se reúnen, entrelazando voces en cantos y oraciones, recordando que esta época es un momento de amor y reflexión.
Aquí, las fiestas tienen otro color, más ligeras y con menos tradiciones compartidas. Extraño esa profundidad que solo se encuentra en lo que construimos juntos.
Extraño los preparativos para la cena, el olor del buñuelo y la natilla recién hechos, las risas de los juegos y las conversaciones. Estar lejos me ha hecho valorar más lo que tengo en casa.
La Navidad es más que un lugar; es un estado del corazón, la capacidad de celebrar el amor y sentirnos conectados con quienes amamos, sin importar la distancia.
Aunque este año no estoy con mi familia, nuestras tradiciones siguen vivas en su hogar, donde espero volver pronto. Esta experiencia me recuerda la importancia de disfrutar el presente y valorar lo que tenemos.
La Navidad es el momento perfecto para agradecer por la familia, las tradiciones que nos unen y el amor que compartimos. A quienes están en casa, abracen, rían y celebren las pequeñas cosas que hacen de esta época algo único.
Y a quienes, como yo, están lejos, vivan la Navidad desde el corazón, porque nuestras tradiciones y recuerdos son el puente que nos conecta. Esta Navidad, mi hogar es temporal, pero mi corazón sigue anclado a ese lugar donde las luces y las risas se entrelazan.
Desde aquí, les deseo una Navidad llena de amor y gratitud, porque el verdadero significado de esta época es saber que siempre hay un lugar donde el amor nos espera.