Por tradición, la época más alegre del año. Llena de bellas y sanas costumbres que nos evocan, a los más veteranos, a los más grandes, como dirían en el sur del continente, las épocas de niñez, con sus olores, sabores y saberes.
Seguramente si preguntáramos ¿Qué es la Navidad?, nos contestaría una inmensa mayoría “que es el tiempo de compartir, de reunir a la familia, de divertirse junto a ellos, etc., etc.”.
Sin embargo, en la actualidad también debemos de señalar que es la temporada más importante del año para la gran mayoría de sectores que mueven la economía. Ni qué decir en Tuluá, eminentemente comercial. Esta época es de lejos la más lucrativa, y no solamente en la Villa de Céspedes sino en general en Colombia y también en muchos otros países.
Compras, regalos, menús especiales y tradicionales, aguinaldos, ‘amigo secreto’, todo esto hace parte de este mes, que muchos anhelan durante los 11 restantes, pero que ‘se pasa volando’.
Lastimosamente, también en medio de la alegría está el consumo de bebidas embriagantes, que le amarga el diciembre, la Noche Buena o el Año Nuevo, a más de uno, por no saber controlarse.
Pero, saben, la verdadera razón de esta época, supuestamente, es celebrar el nacimiento de Jesús. No nos ocuparemos de establecer el origen de esa fiesta, la Natividad, si es históricamente correcta o no.
Lo fundamental debería ser que tomáramos esta época como un verdadero tiempo de reflexión, más allá de sus creencias espirituales. Qué importante que las tuviéramos, que no solo diéramos rienda suelta a lo material, ‘al estreno’, ‘al regalo’, sino que apreciáramos el valor de la vida, que nos rindiéramos, de corazón, ante su Creador. Eso sería lo más valioso.
Contradictoriamente, para no pocas personas, esta época del año es sinónimo de afugias, stress, de todo aquello que iría en contravía de lo que la gran mayoría dice estar celebrando. Y en ese stress están incluido los que todo lo vuelven parrando, que no estaría mal, siempre y cuando no afecten a sus vecinos ni generen algún tipo de violencias.