Hace algunos años una universidad pública permitió que cualquier persona pudiera aspirar a la Rectoría. Un joven estudiante, de bajo rendimiento académico, se postuló al cargo de rector, amasando amplio respaldo popular, mediante propuestas que no solo atentaban contra la academia sino contra la supervivencia misma de la Universidad.
De manera que por ser la democracia un sistema abierto, asiente incluso, que personas que se encuentran por debajo del rango que se considera “normal” puedan ser elegidas. Con todas sus dificultades, la democracia sigue siendo la mejor opción para preservar la libertad. Por su carácter participativo, los procesos democráticos son difícilmente previsibles.
Aquello que parece inverosímil se puede convertir en algo tangible, como aconteció en el pasado con el ascenso de Trump a la presidencia del país más poderoso del mundo. Pareciera ser que cierto concepto simplista de democracia recorre el mundo como un fantasma. Tal vez, ésta padezca cierto síndrome de ineficiencia “global”, que impide gestionar soluciones a problemas complejos de la cotidianidad.
En días recientes, el editorial de un prestigioso periódico europeo, señalaba que los votantes encuentran alivio en candidatos outsiders (alguien nuevo, que surge por fuera del sistema político) que por medio de un lenguaje directo ofrecen soluciones simples a problemas mal diagnosticados, soluciones por lo general, irrealizables.
A esto, se agregaría que la prolongación en el poder de la clase política tradicional ha desgastado su imagen, generando con ello, el mismo cansancio orgánico que afecta a los aviones: la fatiga del metal -diría un escritor del caribe -.
De lo planteado, como lo sostiene Daniel Innerarity, se puede colegir que el voto se ejerce como un mecanismo de resistencia, que se erige como rechazo y no como apoyo a una propuesta particular.
Es decir, que se vota no para solucionar sino para expresar malestar. Los electores no le apuestan a candidatos que plantean propuestas elaboradas teóricamente sino a aquellos que protestan por los problemas, pero que no trabajan por solucionarlos. Es cierto que la democracia puede ser un escenario de protesta, pero debe ser por excelencia, un espacio de construcción de sociedad, de patria y de mejores opciones para los ciudadanos.