El lunes pasado cuando la iglesia universal iniciaba la celebración de la octava de Pascua, donde conmemoramos la resurrección de Cristo de entre los muertos, los católicos del mundo entero nos despertamos con la triste noticia de la muerte del Papa Francisco después de haber sufrido varios quebrantos de salud que lo llevaron a estar hospitalizado durante varias semanas en un centro asistencial de la ciudad de Roma.
Jorge Mario Bergoglio, su nombre de pila, adoptó el nombre de Francisco, se caracterizó por ser a ejemplo del nacido en Asís un hombre humilde, sencillo, lleno de amor a Dios y a los pobres con los cuales siempre tuvo una palabra de aliento, una voz de esperanza.
Con sus tres encíclicas nos dejó claro que el amor a Dios es lo primero y que el amor al prójimo se tiene que mostrar en los pequeños detalles, que la vida es un don inviolable que se tiene que respetar desde el vientre materno y que cuidar la casa común, la naturaleza ha de ser una misión de todos los cristianos y habitantes del planeta.
Siempre nos invitó a fortalecer nuestra vida de oración y de encuentro con Jesús en la eucaristía, que siempre fue su fuente de alimento y de fortaleza espiritual aun en medio de la enfermedad. En su visita a Colombia nos invitó a caminar hacia la paz que nace no solo de la ausencia de la guerra sino del amor al prójimo expresado en los más necesitados.
Al abrir la puerta santa para celebrar el jubileo del presente año, nos invitó a fortalecer la esperanza aún en medio de las tristezas del mundo de hoy dominado por las guerras, las diferencias sociales y la pobreza que claman al cielo y que como cristianos estamos llamados ser instrumentos de la esperanza para aquellos que la han perdido: para los más pobres, para los enfermos, para los abandonados por la sociedad actual.
Santo Padre intercede por nosotros ante el padre celestial y descansa en la Paz del Jesús que siempre predicaste con amor.