Un reciente estudio adelantado por expertos arrojó resultados sorprendentes acerca de las groserías pronunciadas por los colombianos durante el día y clasificó algunas regiones como de alto índice de palabras soeces en su vida diaria encontrando que Medellín, Manizales y Cali, fueron las capitales de mayor calificación en este tema que, a primera vista, pareciera superficial y sin embargo indica hasta qué punto se relaciona con la violencia que se vive actualmente en el país.
Es aceptable que en un diálogo, cuando se agotan las palabras amables, se pasa a la discusión y al diluirse las palabras groseras es muy posible que sobrevenga la violencia, el uso de las manos, los piés y finalmente salen a relucir las armas.
De acuerdo con el estudio, son las personas jóvenes entre los 16 y 24 años quienes pronuncian el mayor número de groserías, seguidas por las de 25 a 34 y de 35 a 44, mientras que el promedio es de cinco por día.
Es bien conocido que en la interacción social se expresan las palabrotas entre amigos y principalmente en las reuniones sociales, más cuando existe el licor de por medio, y en la medida que se aumenta la ingesta, se liberan las personas de un blindaje común, para acudir a lo que según hay en el “corazón del hombre: odios, venganzas, rencores, resentimientos, rechazos, humillaciones” y, en consecuencia, salen a flote las maledicencias.
Asistimos a un momento de violencias de todo tipo, basta dar un paseo por las calles de cualquier ciudad, de las arriba citadas, y escuchamos discusiones, burlas, apodos injuriosos que incitan a la violencia. Así lo vemos cuando alguien no hace caso a las señales de tránsito, si una persona se adelanta a otra en una larga fila, se hay demoras en la espera de un servicio público, especialmente en la salud.
También es común que los jóvenes de hoy no saludan, no respetan a los mayores, se insultan fácilmente entre ellos mismos, así sea fanfarroneando y se contagian fácilmente de lo que ofrecen a diario las redes sociales, que son, con excepciones, el nido de las ofensas, insultos, agravios y sobretodo en donde abundan las mentiras, falsedades y suplantaciones.
Recuperar el lenguaje amable y solidario es tarea de todos, principalmente de los padres de familia, cuna de la primera educación, el entorno familiar es la primera escuela de los niños y niñas en donde aprenden las primeras expresiones para comunicarse con el mundo que los rodea y es donde crecen como personas amables y alegres o infelices y violentas.
Igualmente es oportuno hacer un llamado de atención a los medios masivos de comunicación y sus programadoras, para que multipliquen los valores éticos y morales que moldean una nación en general y minimicen la violencia de tantos novelones intranscendentes que, en vez de educar, embrutecen la mente de los televidentes. Es un hecho incontrastable la influencia de los medios de comunicación en la mayoría de la gente aficionada a la “cajita mágica” y especialmente los niños y niñas que crecen pegados de los modernos medios de comunicación.
Aunque nos parece poco convincente el estudio arriba mencionado, nos sirve de todas maneras, para clamar por la moderación del lenguaje en nuestras relaciones sociales del diario vivir.