Hablo de los colegios privados de manera exclusiva, ya que los públicos son eternos. De todas las razones existentes para su cierre definitivo, la cultura del no pago aparece en lo más alto.
Entre otras causas derivadas de las obligaciones que tiene cada institución educativa para con sus maestros, entes de control, servicios públicos, parafiscales y demás afiliaciones de ley, sobre las cuales pueden ser penalizadas y clausuradas cuando incumplen algún pago con ellas; el cierre voluntario es el reglón seguido.
Un colegio con un promedio de 230 estudiantes, por lo general presenta un margen de seguridad en ganancias para garantizar el servicio anual de entre unos 10 a 15 niños.
Sin embargo; si los padres de familia morosos suman un total igual a ese número, el ente se queda en el punto de equilibrio, donde no se gana ni se pierde, pero podría resultar insatisfactorio continuar con la función social pública para la cual se creó.
Ahora, si el número de deudores aumenta, el ente entra en crisis económica y se da el cierre irreversible. Un colegio no puede cerrar de un día para otro, cuando la crisis financiera llega, estos deben persistir con créditos hasta terminar el año lectivo, lo que profundiza la banca rota.
Así pues, lo que se debe hacer para prevenir que más colegios sigan extinguiéndose (ya van más de 2000 cerrados en 6 años y 769 en los últimos 2), es pagar a tiempo sin pretextos, para que estos sigan beneficiando a sus menores y a las futuras generaciones.
De nada sirve añorar instituciones de alta calidad educativa cerradas hoy por culpa de los irresponsables que las empujaron al punto de no retorno.
Cada padre o madre debe ser consciente de que un cupo que se pide, es un cupo que se le niega a alguien más; por lo que si no se tiene la intención de cumplir puntualmente con las pensiones, bien podría dejarle ese espacio a otra persona que sí tenga los recursos y la buena fe en sus maestros.