Ha terminado quizá unos de los periodos de campaña presidencial más difíciles y controversiales de nuestra historia reciente, campaña que validó la famosa frase del “todo vale” y donde unos y otros se agolparon en las dos campañas que llegaron con la posta hasta el final.
La democracia permitió que un economista amnistiado de la extinta guerrilla del M-19 llegara a la Casa de Nariño y será Gustavo Petro el capitán de este barco llamado Colombia, patria que a pesar de las tormentas se ha mantenido a flote durante 200 años de vida republicana.
Atrás deben quedar los señalamientos, los epítetos, cuestionamientos, las estrategias por momentos vestidas de ruindad y es deber de todos, empezando por el nuevo inquilino de la casa presidencial, trabajar por una patria mejor, un país con mayor equidad y donde las divisiones absurdas que tanto daño hacen ojalá sean cosa del pasado.
No es nada fácil la tarea, pues una vez asuma como el presidente número 60, Petro Urrego deberá pasar de la teoría a la práctica, de la retórica a la realidad y cumpliendo con lo anunciado en su primer discurso como Jefe de Estado electo, iniciar la construcción de la unidad nacional en una nación donde más de 10 millones de ciudadanos le dijeron no a sus propuestas.
De la mano de su equipo y de sus aliados eventuales, varios de ellos con actitudes camaleó-nicas y que no dudarán en alzar vuelo cuando el panorama no pinte bien, Petro tiene que empezar a derrotar la incertidumbre que en muchos generó su elección y trazar una línea que de verdad lo alejen de los Boric, Maduro, Castillo y Ortega, los malos ejemplos que hacen temer lo peor.
Como ciudadano que votó en blanco y católico con fe en lo que profeso pondré al nuevo gobierno en mis oraciones diarias, pues estoy en la línea de los que piensa que si al gobernante le va bien, al país también. Salud, señor presidente que Dios le guíe y lo revista de sabiduría para que este barco siga navegando sin importar lo fuerte que sea la tormenta.