A diferencia de otras fechas de la Semana Santa, durante este día no se celebran misas ni eucaristías. Las iglesias mantienen el altar desnudo, las campanas en silencio y el Sagrario abierto y vacío, en señal de duelo. Solo se permite la administración de los sacramentos de la confesión y la unción de los enfermos.
El Sábado Santo es una jornada de recogimiento, meditación y espera. La comunidad católica recuerda el dolor de María y de los discípulos, y permanece en oración junto al sepulcro, en un ambiente de profundo respeto y reflexión espiritual.
Al anochecer, la Iglesia rompe el silencio con la celebración de la Vigilia Pascual, considerada la más importante del año litúrgico. Este rito, que inicia con la bendición del fuego nuevo y el encendido del Cirio Pascual, marca el tránsito del luto a la alegría por la resurrección de Cristo. Durante la vigilia, se proclaman lecturas bíblicas, se renuevan las promesas bautismales y se anuncia con júbilo la victoria de la vida sobre la muerte.
Aunque en la tradición popular aún se usa el término “Sábado de Gloria”, la denominación oficial desde la reforma litúrgica de mediados del siglo XX es Sábado Santo, para resaltar el carácter contemplativo y respetuoso de la jornada previa al Domingo de Resurrección.