Nunca pensé llegar a los 80 años. Tal vez porque uno crece creyendo que la vida es una línea recta que nunca se detiene y que los que envejecen son siempre los otros: los amigos, los conocidos, los personajes de las fotos antiguas.
De pronto, sin aviso, uno descubre que el tiempo pasó y que el espejo devuelve una imagen cargada de historia. Hacer un recuento de lo vivido no es tarea sencilla. Los recuerdos no llegan en orden, irrumpen de manera atropellada, se cruzan, se superponen. Intentar organizarlos cronológicamente es casi imposible.
Lo verdaderamente importante es haber llegado al octavo piso con la mente aún despierta, aunque de vez en cuando aparezcan olvidos repentinos, y con la serenidad de ponerse en manos de los especialistas para cuidar la salud, pero con el firme propósito de seguir viviendo algunos años más. La vida en la radio dejó algo invaluable: amigos. Muchos amigos.
Aún hoy sigo recibiendo satisfacciones cuando alguien me saluda y resulta ser nieto de un amigo de aquella época, y me cuenta que en su casa conservan fotografías de reuniones familiares donde yo aparezco como testigo de otros tiempos. Eso, sin duda, es trascender. Dicen que todo el mundo debe escribir un libro, plantar un árbol, tener un hijo y volar en globo.
El libro está proyectado para el próximo año; el árbol ya lo sembré en el parque de los 50.000 metros, durante una jornada de arborización liderada por el alcalde Aymer Arango Murillo; hijos tengo cuatro —Carlos Alberto, María Elena, Francisco Javier y Juliana— y aunque no volé en globo, sí lo hice en parapente en Roldanillo.Hoy espero escribir más a menudo en esta nueva vida de EL TABLOIDE en las redes sociales, agradecido por la oportunidad de seguir contando, con palabras sencillas, lo que pienso de la vida.










