Un grupo de bomberos del Vaticano colocó la estructura en el techo de la Capilla Sixtina, con vistas a realizar pruebas para verificar su funcionamiento. Desde allí saldrá humo negro o blanco según el resultado de las votaciones secretas de los cardenales: negro cuando no se alcanza un consenso, y blanco cuando un nuevo pontífice haya sido elegido con al menos dos tercios de los votos, es decir, 89 sufragios.
Este cónclave reunirá un número récord de 133 cardenales electores, todos menores de 80 años, quienes votarán bajo los frescos del Juicio Universal de Miguel Ángel, en estricto aislamiento del mundo exterior. Las deliberaciones seguirán la tradición milenaria de total confidencialidad, sin acceso a teléfonos móviles, medios de comunicación o contacto con el exterior.
A partir del miércoles, los llamados «príncipes de la Iglesia» celebrarán hasta cuatro votaciones diarias —dos por la mañana y dos por la tarde— quemando al final de cada jornada las papeletas y demás documentos relacionados con el escrutinio.
Durante estos días previos, los cardenales han sostenido congregaciones generales, donde debaten los desafíos que enfrenta la Iglesia Católica en la actualidad: desde la gestión de los abusos sexuales hasta las finanzas del Vaticano. La mayoría de los electores, un 80%, fueron designados por el propio papa Francisco, lo que ha generado expectativas sobre la continuidad o cambio en el rumbo eclesial.
“No habrá un Francisco II”, advirtió el vaticanista Marco Politi, al señalar que el próximo pontífice será probablemente más colegiado y menos impulsivo, en un momento de tensiones internas dentro de la Iglesia. Aun así, se prevé que el proceso de elección no se prolongue, como señal del deseo de unidad entre los cardenales.
Una vez alcanzado el consenso, el nuevo papa será presentado al mundo desde el balcón central de la Basílica de San Pedro con el anuncio tradicional: Habemus Papam.