Como el coronel Aureliano Buendía de “Cien años de soledad”, Gabriel José García Márquez ya tenía los ojos abiertos cuando estaba en el vientre de su madre.
Afirma Vargas Llosa que Gabo fue un escritor más poético que intelectual. Sin duda, fue una luz orientadora para Latinoamérica y un gran narrador -como testimoniaría la academia sueca- al laurearlo como uno de los escritores relativamente joven en recibir el premio Nobel de Literatura en 1982, cuando alcanzaba los 55 años; nótese que Rudyard Kipling ha sido el más joven en recibir dicho galardón, a los 42 años, mientras que William Faulkner, uno de los demonios tutelares literarios de Gabo, alcanzó tan honrosa distinción a los 52. Gabo, creció como niño único entre sus abuelos maternos y sus tías.
Su abuelo, un veterano de la guerra de los Mil Días, contaba a Gabo historias de su juventud y de las guerras civiles del siglo XIX. Su abuela, Tranquilina Iguarán le narraba fábulas y leyendas como si fueran realidad.
De manera que Gabo creció en un entorno familiar rico en narración oral y permeado fundamentalmente por presencias femeninas, que años después, alimentado por tragedias griegas y poesía lirica castellana del siglo XVI, nutrirían su vena literaria, la misma que posteriormente le serviría para manejar con fluidez esa especial relación entre el acto de inventar y de escribir y el acto de leer e imaginar una historia.
En palabras del propio García Márquez, tuvo una educación singular y compleja de la cuna hasta la tumba, máxima que, en cuanto a su última parte se refrendó cuando murió un jueves santo (17 de abril), hace un tanto más de diez años.
Así las cosas, se conmemora en 2024 la fecha en que se extinguió su luz con varios actos, entre ellos, una publicación póstuma autorizada por sus hijos, que Gabriel García Márquez jamás quiso que se publicara y con el lanzamiento en Netflix de la primera adaptación de “Cien años de Soledad”.