Hace poco estuve en una capacitación de políticas públicas en la que, como ejercicio práctico en clase, debíamos construir una para nuestro municipio.
Hoy en día se habla mucho de ello, pero pocos saben la metodología, tiempos y recursos que requieren para su creación, adopción e implementación. Es importante comprender que las políticas públicas son acciones de gobierno que, desde la administración pública, buscan dar respuestas a las diversas necesidades de la sociedad.
Después de debatir en la clase, entendimos que para desarrollar una política pública debíamos ir a la raíz, pues hoy enfrentamos problemáticas en todas las instancias, como si con la pandemia se hubiese abierto la caja de Pandora: crisis socioeconómica, desempleo, desconfianza en las instituciones públicas, falta de seguridad, enfermedades de salud mental, entre otros.
Así, llegamos a la conclusión que muchas de estas situaciones se desencadenan por la crisis de valores que vivimos y que todo ello se debe trabajar desde la familia como la célula social más importante. Abordar la crisis de valores requiere que generemos programas con enfoques integrales que unan esfuerzos de pluralidad de actores públicos y privados, donde tejamos reformas sociales, responsabilidad de los medios de comunicación, participación ciudadana para fomentar la cultura que defienda y enseñe los valores éticos, empatía y responsabilidad.
Claro está que esta fue nuestra apreciación grupal, la cual nació de un ejercicio académico y que como madre no puedo dejar de pensar en el mundo en el que crece nuestra niñez, pues son ellos quienes pagan los platos rotos de la desintegración de la unidad familiar y en el futuro serán adultos con más problemas que los actuales.
Todo esto requiere un esfuerzo sostenido de todos para brindarles a nuestras niñas y niños un mundo mejor y a su vez dejarle al mundo adultos mejores.