Debo confesar que por estos días mis manos y mi mente se han tornado más lentas que de costumbre, es como si se negaran a procesar la información negativa que por estos días brota a borbotones en este municipio donde la seguridad se desmorona y donde los esfuerzos de la institucionalidad parecen insuficientes. La desazón que hoy me acompaña me ha llevado, después de casi 30 años, a pensar en dejar este oficio que ejerzo con pasión, ganas y dedicación.
En la columna anterior hablaba del tinto que no me tomé con Alejandro Forero Valderrama y la tristeza que me produjo su muerte. El lunes me desperté y al revisar mis redes me encontré con la macabra muerte de cuatro mujeres en Campoalegre, entre ellas dos niñas a manos de un energúmeno hombre que no pudo superar la separación de su pareja. Apenas intentaba asimilar la muerte trágica de las Chamorro Ostos y los ángeles de la muerte se pasearon de nuevo para asesinar a Katherine Toro y Alejandra Guatapi, dos mujeres a las que conocí y traté muchas veces. Ambas llenas de sueños y metas por lograr .
Y para hacer más difícil la situación, ahora hago parte de una lista de difusión de una organización delincuencial que se autodenomina la oficina y que se abroga el derecho de ejercer el control territorial en Tuluá a la usanza del lejano oeste.
La verdad es que ni siquiera en la peor época de los paramilitares y su incursión en las montañas del centro del Valle había sentido tanta impotencia como la que hoy me acompaña y que percibo generalizada entre los tulueños con los que hablo en la calle a diario.
Solo mi fe inquebrantable en Dios es la que me mantiene en pie y me anima a seguir madrugando a Caliente 106.9 y a llegar a la redacción de EL TA-BLOIDE, donde me recargo todos los días con la buena vibra de todos y en especial de Pacho Polanco y su famosa frase de que la vida es una mentira, frase en la que empiezo a creer al ver cómo todo se desmorona y la vida se sigue apagando en primavera.