No es ningún paraje del exterior, sino una calle del barrio Alvernia en Tuluá que se engalana con este gigante vestido de amarillo. Una oportunidad que nos da la vida para recrearnos con las gracias de la creación y que nos ofrece un respiro en medio del convulsionado mundo que vive de prisa y no se detiene para apreciar las pequeñas cosas de la vida.