Si la teoría del pacto social como fundamento de la organización de la sociedad ha sido interpretado de tal manera que el hombre solo interesa su existencia social, la pregunta quizá parezca irrisoria, anticuada, pero, ¿quién se ocupa ahora del individuo, ese sujeto libre a pesar de las exigencias de una realidad exterior que lo abruma y desasosiega?
El contractualismo -fundamento teórico de la sociedad liberal moderna, a partir- parte del supuesto hipotético de la decisión racional de unos hombres libres que se asociaron para legitimar una autoridad común que mediara sus apetencias individuales. Según esto, el hombre no es naturalmente un ser social. El pacto social no comprende el orden de sus apetencias individuales, sino que es consecuencia de una exigencia histórica; es un imperativo racional. Los individuos dotados de una conciencia de que, si los indujo a separarse de los lazos de la naturaleza, optaron por canjear su libertad primaria radical a cambio de una cotidianidad segura y estable.
De este modo, el hombre se ató a algo extraño, a su propia subjetividad, a una autoridad institucional, a una normalidad positiva.
Sin embargo, cabe preguntar: ¿Qué es lo que realmente quiso el individuo enajenar al ordenamiento social? ¿Su yo? ¿Su conciencia de sí? Una mirada a la existencia del hombre contemporáneo conduce a mantener afirmativamente. Su existencia se halla hundida en una totalidad donde no logra encontrarse a sí mismo.
La estructura de la sociedad en todos sus órdenes, se ha hecho cargo de él, por completo. Hasta proyecta su interioridad. Decide su oficio, sus deseos, sus gustos, sus amores, incluso. No puede valorar un acto suyo individual en tanto no esté relacionado con el mundo exterior. La imagen que tiene de sí, no es ya su imagen, es la que otorga el mundo circundante e inmediato.
Lo que el hombre edificó mediante un pacto entre sus iguales, para satisfacción y goce, para el desarrollo de su libertad racional, pobre pero segura, se escabulló de sus manos, se le extravió y se le esfumó hasta hacérsele hoy inalcanzable. El soberano segrega poder y determinación por sus articulaciones. Así yace hoy el individuo entre sus libertades; la absoluta, de ayer, y la extraviada, de hoy. Y su identidad extrañada, lo dejó a medio camino entre la amargura de su libertad radical y la irremediable sumisión a la cotidianidad. Oscila, pues, en turno a la incertidumbre de su existencia, como su eje único.