El pasado 16 de septiembre, Manuel Ignacio Mercado Quintero cumplió 75 años de edad y se podría decir que desde que tiene uso de razón es un artista que ha encontrado, en su inteligencia y la habilidad de sus manos, el poder creativo que lo ha llevado a ser reconocido entre los mejores en Buga y la comarca vallecaucana.
Según sus propias palabras, su capacidad para dibujar y crear la descubrió desde muy corta edad, cuando se refugiaba en la Loma de la Cruz, donde se dedicaba a pintar con carbón dándole vida a infinidad de dibujos.
Cómo inició
Cuando apenas era un niño fue invitado a una especie de taller en el parque Bolívar de la Ciudad Señora, dirigido por docentes de la Casa de la Cultura, y solo con los primeros trazos fue convocado al espacio de formación. “Nos presentamos un total de nueve aspirantes y recuerdo que nos formaron en una especie de semicírculo quedando yo en el centro. Cuando adelantaba la primera parte de mi dibujo el profesor Ramírez, uno de los talleristas, se me acercó al oído y me dijo usted es un mentiroso. De inmediato le respondí que mentir no era una de mis cualidades y que mi habilidad para dibujar la había descubierto en medio de la soledad y entre el verdor de la naturaleza, por lo que mi formación era 100% empírica” recuerda con claridad envidiable.
En ese camino de aprendizaje permaneció durante varios meses e incluso le permitió, en un periodo de vacaciones de sus docentes, convertirse en profesor de sus compañeros de clase y al término de las mismas fue evaluado y exaltado por su capacidad.
Fue en esa ocasión cuando el inquieto Manuel Ignacio le preguntó a los profesores sobre si darían el siguiente paso para aprender la técnica de pintar en lienzo.
Ante la respuesta negativa, pues según lo que le dijeron ese proceso tardaría al menos cuatro años más, decidió abandonar las clases y de forma autodidacta incursionar en esa técnica. Para ese entonces ya se había leído todas las historias que existían sobre Miguel Ángel, DaVinci y otros grandes pintores y escultores del mundo.
Talento en marcha
Su incuestionable calidad llevó a que los propietarios de diferentes talleres, dedicados a la fabricación de elementos en barro y arcilla, lo contrataran a encargándole la tarea de diseñar los diferentes modelos de materas, ollas y todo tipo de utensilios y figuras. En esa labor fue reconocido como uno de los mejores, pero sin embargo le dejaría una marca imborrable con la que lucha todavía con capacidad asombrosa y una fe en Dios, a quien le ha pedido en muchas ocasiones la gracia de vivir 100 años.
Una dura prueba
Desde hace varios años y tras sufrir diferentes quebrantos de salud le diagnosticaron un daño, casi total, en la válvula mitral de su corazón y una hernia que le causa una opresión que le impide comer, pues cuando lo hace sufre de ahogamiento y su vida corre peligro.
Ese daño hace que hoy deba caminar muy lento, yendo de un lugar a otro, siempre buscando un sitio donde reposar después de caminar 900 pasos. Según sus propias palabras, duró casi 30 años sin comer de forma normal, situación que ha cambiado un poco gracias a un médico que lo regañó por haber dejado de hacerlo durante tanto tiempo. “Yo no lo hacía por gusto sino por físico miedo, pues me ahogaba y sentía morirme” dijo el artista a EL TABLOIDE.
«Para comer debo hacerlo sumamente despacio y yo me sirvo un plato de arroz a las seis de la tarde y pueden ser las 10 o un poco más y todavía no he acabado, pues entre cucharada y cucharada debo dejar un espacio para no tener dificultades», enfatizó.
Encuentro con el “Negro”
Uno de los momentos más apasionantes en la historia de ese artesano y alfarero, nacido y criado en el sector de La Bombonera, está marcado por el encuentro con “El Negrito», como llaman los bugueños al Señor de los Milagros que reposa en la Basílica Menor de la Ciudad Señora.
Como ha sido toda su vida de autodidacta, observó con detenimiento la imagen y decidió buscar los materiales para fabricar las réplicas. “Me tomó bastante tiempo lograr la resina, pues nunca había trabajado con el material y tras muchos ensayos, la clave la tenía un amigo quien me dijo que cambiara el yeso por el talco y ahí empecé a elaborar las réplicas que rápidamente se volvieron famosas», cuenta orgulloso.
Tocando puertas
Al ver el reconocimiento que recibían sus “Negritos”, como suele llamar a la imagen de Cristo en la cruz, Mercado Quintero decidió tocar las puertas de la comunidad Redentorista que administra la basílica menor en la Ciudad Señora, pero debió esperar casi seis meses para concertar una cita con el rector, pues siempre que iba se lo negaban, estaba en un retiro o fuera del municipio. Sin embargo, como siempre ha recibido el cariño de la gente, recordó que una vecina suya, que cuando niño lo acogía en su casa, había trabajado mucho tiempo con esa comunidad religiosa acudió a ella para que le abriera esas puertas.
Recuerda que al llegar a su casa «se emocionó y me preguntó», a qué me dedicaba y, al mostrarle la réplica, le dije que quería llevar una muestra a la basílica. De inmediato nos pusimos en marcha y sin mayores tropiezos me puso frente a frente del padre Anastasio, quien regentaba a los religiosos en aquella época».
“Cuando él vio la réplica del Señor de los Milagros quedó maravillado y de inmediato me dijo que me compraría todas las que tuviera y que cada mes debía llevar cierta cantidad”, rememora este hombre, quien a pesar de las adversidades mantiene una fe firme en Dios.
Durante largo tiempo fue el proveedor del lugar Santo hasta que hubo cambio de administración.
“En varias ocasiones me buscaron pero no quise volver», comenta Manuel Ignacio tras lanzar una frase que hace parte de su batalla diaria: “Mientras Dios esté vivo».