A lo lejos, bajo el inclemente sol o bajo el torrencial aguacero en la peligrosa carretera entre el Valle del Cauca y el Quindío, se observa a esa pequeña familia de caminantes sin rumbo fijo, llena de harapos y con el hambre en el rostro. Quizás para muchos pase desapercibido, para otros solo sea paisaje mientras para mí, es el ejemplo claro de lo que no podemos por nada del mundo dejar que nos pase a nosotros, los dizque verracos comuneros. Ese caminante, ese padre de familia, ese hermano venezolano, representa un vivo ejemplo de lo que un mal gobernante puede hacer con una Nación rica en petróleo y recursos minerales, preciada por sus lindas playas, su gente caribe y por ser la joya económica de América en los años donde fueron nuestros padres quienes emigraron hacia la patria de Bolívar buscando mejores oportunidades y donde gracias a su esfuerzo, en mayoría, lo lograron. Fue entonces como al final del siglo XX, el país de las Miss Universo y los carros lujosos recibió, gracias a una campaña engañosa y populista, al “Mesías” del bravo pueblo, aquel ex militar golpista indultado por el copeyano Rafael Caldera, quien cumpliendo con los compromisos politiqueros que suelen sufrir las débiles democracias, donde el elegido llega a barrer con todo lo que su antecesor haya logrado, poniendo sus intereses ideológicos por encima de las verdaderas necesidades de los incautos electores. Así empezó pues la debacle , son ya 22 años de la llegada de Hugo Chávez, quien ya en el poder comenzó a ejecutar el plan ideado por sus pares Cubanos y el apoyo de la nueva Rusia, dando paso al cambio de la Constitución política, la reorganización del Estado (de democrático a socialista), la estatización de la economía y la peligrosa politización y control de sus fuerzas armadas, lo que hasta hoy y ya con el “payaso” Nicolás le ha permitido a ese régimen narcoterrorista sostenerse en el poder. Fue así entonces como empezó la cacería y persecución de opositores, la expropiación a las otroras pujantes empresas multinacionales, el saqueo y robo desaforado de sus recursos económicos y con ello el inicio del fin de la democracia dónde hoy por millones caminan sin rumbo fijo alguno, los hijos del país Bolivariano. Por eso hoy podemos decir que somos esos caminantes, quizás aún nuestros cuerpos no estén sufriendo esa situación, pero de pronto mañana, si no despertamos y tomamos conciencia, podamos ser quienes tengamos que emigrar como “judíos errantes” con nuestros pertrechos al hombro por toda América en busca, ya no solo del progreso sino también para salvar nuestras vidas de un régimen social comunista al que poco le importe los derechos humanos de quienes se les opongan.