Estamos viendo estupefactos la total desvalorización de la vida cuando la violencia azota nuevamente el campo y la ciudad y no solo como consecuencia del enfrentamiento entre los grupos alzados en armas y el gobierno, sino que todos los días se aniquila a hombres, mujeres, niños desde el vientre materno y especialmente los jóvenes que caen en las calles implicados en microtráfico y pertenecientes a distintas bandas organizadas delincuenciales.
Se están matando unos contra otros, por ambiciones de poder, defendiendo presuntos territorios en donde la ley no llega por mucho esfuerzo que haga el gobierno y son vanos los intentos de reconciliación nacional.
Hay una violencia interior que brota del corazón mismo del hombre y se comprueba por el alto grado de intolerancia reinante en donde no se respeta la diferencia, el pensamiento distinto y se constriñe la libertad de movilización, cuando hay ciudades en donde ya no se puede salir de noche, en donde hay límites barriales para transitar, que cuando son violados, la respuesta es la pena de muerte.
De otro lado, crecen en forma alarmante los suicidios, lo que indica que se pierde rápidamente el sentido de la vida, el valor de vivir, de trabajar, de estudiar y la frustración se apodera de las mentes más lúcidas, para caer en la depresión fatal que lo conduce a su propia aniquilación.
No sabemos en qué momento de la historia reciente se cayó en tan alto grado de relativismo y pérdida del valor fundamental de la existencia y vemos igualmente cómo crece cada día el abrumador fenómeno de la drogadicción en una población cada vez más joven y que señala un futuro tenebroso y sin retorno.
Algo muy profundo pasa en nuestra sociedad que se está destruyendo sin contemplación alguna, se perdió el agradecimiento por el solo hecho de estar vivos y no se ven referentes a corto plazo para imitar, por donde se mire solo existe un escenario indolente, cuando quienes están llamados a regir el destino de los pueblos, se encuentran impávidos ante la violencia que azota duramente el territorio patrio y el grueso calibre de sus palabras presagian altos niveles de confrontación.
En otras palabras, la deshumanización se apoderó del alma nacional y en consecuencia el disfrute de estar vivos poco o nada interesa, sino lo que importa es la adquisición de bienes, la lucha por el poder y la ambición de dinero en grandes cantidades, lo más fácil que se pueda, es el objetivo de todos. Y ante este panorama la vida no vale nada. Si algo importante y urgente se debe pactar es un acuerdo nacional en defensa de la vida.