Se podría asegurar que cualquier cosa sobre la cual se haga una encuesta, la opinión del público dará como resultado un valor si no acertado, en extremo cercano. Esa es la magia de la estadística.
Así se ha realizado en muchos estudios sobre diferentes temas, desde cosas tan fútiles como preguntar por la cantidad de canicas que hay en un frasco; hasta de gran importancia como el hecho de saber quién podría ser el siguiente presidente de un Estado.
Lo más importante de este ejercicio al convocar la consciencia de las masas, para que ésta se exprese; es informar sobre los riesgos que existen sobre el tema a opinar, e involucrar a la mayor cantidad de personas posible, pues se sabe que entre más personas den su voto de opinión, mucho mejor será para el bien común; de tal manera que dichos riesgos sean calculados por esa mayoría, y al hacerlo de forma consciente, lo que sea que decidan, será el mejor curso de acción a seguir. Es por ello que existe un refrán que reza: “la voz del pueblo es la voz de Dios”.
En ese sentido y teniendo como base científica una opinión racional, el resultado debería ser siempre lo correcto. Es así como las encuestas cobran gran sentido a la hora de predecir un resultado a futuro, que dé a ciencia cierta ese dato creíble que pueda llevar a conclusiones, o por otro lado, provoque la reacción de otros ciudadanos a participar, para evitar un desenlace que pueda visualizarse como erróneo en una primera prueba, encausando una decisión diferente en la segunda.
De ahí la importancia de que en la democracia se tome la opinión de la mayor cantidad de personas posible, de aquellas que conforman la totalidad de una nación.