En una columna reciente hice alusión a los anuncios que se habían hecho sobre la reapertura de la frontera colombo-venezolana. Estos se convirtieron en realidad, en días pasados, cuando las autoridades de estos dos países se hicieron presentes en dicha línea divisoria y con un significativo acto, dieron inicio a un nuevo amanecer.
Sin duda, esta reapertura aviva la ilusión de miles de ciudadanos, que esperan reencontrarse con sus familiares para fundirse en abrazos, injustamente aplazados por la impensada separación. Esta nueva era, a mi juicio, reviste especial interés, por lo menos, desde tres perspectivas: social, económica e histórica.
Desde la primera, la reagrupación de familias ha de permitirles centrar la atención en una convivencia tranquila, dado que las penurias, inherentes a desplazamientos forzados, generan inestabilidad emocional, económica y social. Esta reagrupación, será el inicio de una nueva ruta, signada por un ordenamiento social, digno de un esperado resurgimiento de la incertidumbre e inestabilidad.
Desde la dimensión económica, es de esperar, como se empezó a mirar desde el mismo día del fin del cierre fronterizo, el flujo bilateral de productos, entre ellos, medicamentos, empaques de cartón, insumos para elaboración de calzado, despachados por Colombia y acero, hierro… recibidos desde Venezuela.
Estos intercambios constituyen un primer paso para que cientos de comerciantes reactiven sus negocios, generando de este modo, empleo y divisas para fortalecer la economía. Desde la perspectiva histórica, vale volver la mirada hacia atrás, cuando el Libertador Simón Bolívar soñaba con una República o Gran Colombia, instituida en el Congreso de Angostura, en 1819 y disuelta en 1830, de la cual hicieron parte Colombia y Venezuela, pueblos que empezaron a ver la luz desde el mismo ángulo y que, han crecido apoyándose mutuamente en sus momentos difíciles, pero disfrutando también de sus logros, como la reapertura mencionada, los cuales, al fin y al cabo, han de redundar en beneficio de sus ciudadanos.