A diario tomamos decisiones, unas que requieren ser más pensadas que otras, analizamos pros y contras para después de un largo análisis decidir; existe tanto que considerar que en algunas ocasiones pensarlo demasiado resulta contraproducente. Ojo, solo en algunas situaciones, porque es más que claro que hacer cosas a la ligera puede acarrear demasiados problemas.
Cuando se trata de tomar acción en nuestras vidas, las circunstancias externas comienzan a abrirle paso a las prioridades y es cuando decimos ve, esto es más importante. Cuando decidimos invertir, ingresar a un programa educativo, un grupo de apoyo, incluso cuando decidimos iniciar una relación, debemos de pensar bien las cosas, no obstante, jamás estaremos exentos de correr riesgos. ¿Y eso qué tan malo seria? A diario nos enfrentamos a la incertidumbre y andamos con nuestros planes a la expectativa, por lo que la prudencia reina y aunque la ambición nos guíe, pensar demasiado nunca está de más.
La teoría de los riesgos no ampara garantías, somos quienes aseguramos nuestros propios resultados, jamás se estará cien por ciento seguros de algo, pero no es necesario estarlo para hacer algo efectivo. Cuando de ello depende nuestra salud, felicidad, futuro o situación económica, siempre y cuando no nos dañe a nosotros y a nadie más, vale la pena tomar esos riesgos sin tantas complicaciones.
Aprovechar oportunidades es lo que debemos hacer, carpe diem como reza la expresión, pues no sabremos cuando las volveremos a tener, porque incluso puede que jamás vuelvan. Y si el riesgo que se toma, resulta ser perjudicial, si lo hemos considerado lo suficiente, aprenderemos y asumiremos las consecuencias, porque errar es humano y el aprendizaje es síntoma de crecimiento, ir detrás de lo que deseamos puede significar pasar horas pensando, implica tomar decisiones sin saber si son las acertadas, nos arriesgamos a asumir si es el momento correcto y nos encargamos de marcar límites y superar otros.