En el diálogo que nos presenta el evangelio de Juan, donde Nicodemo, un Fariseo reconocido en el pueblo de Israel que visita a Jesús de manera clandestina, se nos presenta un texto maravilloso que nos llena de esperanza y que tiene que causar una inmensa alegría. Jesús le dice a Nicodemo: “tanto amó Dios al mundo que entregó a su unigénito para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna”.
Jesús ha venido al mundo, naciendo del vientre virginal de María, como un regalo de Dios que quiere la salvación de todos sus hijos. Tenemos un Padre en el cielo que nos ama y que no quiere la condenación del género humano sino su salvación eterna en el reino de los cielos.
Pero esto implica una acción de cada uno de nosotros que para poder alcanzar esa salvación que nos ofrece Jesús, hemos de asumir un cambio total de nuestra vida, para volver el rostro a Dios y acercarnos a él de verdad. Para esto la iglesia nos da tiempos fuertes como la cuaresma, en el cual se nos invita a que dejemos a un lado nuestra vida de pecado y nos acerquemos a Dios de verdad. A que nos acerquemos al sacramento de la reconciliación donde Jesús, a través del ministerio sacerdotal, nos da su perdón y nos invita a vivir plenamente sus mandamientos que nos dan una verdadera paz
Así mismo, para eso es la Semana Santa; para renovar nuestro compromiso de morir con Jesús a nuestra vida de pecado y resucitar con él a una nueva vida en Jesús que nos permita vivir bien nuestra vida de amor a Dios y los hermanos.
Vivamos pues plenamente los misterios de la pasión, muerte y resurrección de Cristo en la próxima Semana Santa para que fieles a la palabra de Dios recibamos de él la salvación que nos da a través de la muerte de Jesús en la cruz y su resurrección de entre los muertos.