La fidelidad es un valor sumamente importante, uno que ponemos en práctica todos los días, normalmente con nuestra familia o amigos, también en nuestro trabajo, estudio o profesión. En ocasiones ciertas decisiones o algunas situaciones nos hacen dudar de qué es lo que realmente defendemos, si es o no correcto y si merece esa fidelidad tanto como parece.
Una de las principales causas que alimentan la duda y la inseguridad es la necesidad de tener la aprobación de ciertas personas que influyen en nosotros, como nuestros padres o amigos. Sin embargo, existe una línea muy delgada entre hacer lo que los demás considerarían correcto o conveniente y actuar de acuerdo con mis principios, mis ideales y mis valores.
No podemos ser contradictorios en lo que hacemos y lo que pensamos, no podemos ir, por ejemplo, en contra de una persona que apreciamos porque nos va a generar algún beneficio, a veces ese beneficio es la piedrita que nos hará tropezar una y mil veces, porque le restamos importancia a lo que pensamos para encajar, para ganar o para sacar provecho de una situación.
Nos estamos volviendo personas acomodadas al convertir el pensamiento en una moda, en una tendencia que seguimos para ganar interés, nuestras convicciones deben tener un arraigo con la educación que recibimos, deben ser fieles a nuestra persona en todos sus aspectos; si dejamos que poco a poco nos tiente el beneficio, haremos que nuestra búsqueda de construir, devaste nuestros valores, redirecciones nuestras decisiones y, por consiguiente nos perjudique a nosotros mismos y a los que nos rodean irremediablemente.
Ser consecuentes con lo que pensamos, decimos y hacemos es el primer paso para abandonar el destructivo camino en el que nuestros principios son un estilo que nos dará seguidores, ganancia y un lugar en donde no pertenecemos.