Hace unos seis meses, fui a mirar la desembocadura de la quebrada de La Ribera al Río Morales, qué belleza, la quebrada con gran caudal hacía crecer más el Río Morales, que nace en los Cerros del Japón y el Cofre.
Después, caminaba por el centro de la ciudad y me encontraba con el Río Tuluá, caudaloso como en los tiempos pasados, cuando la muchachada se hacía en su orilla para “sacar leña”, pedazos de árboles que traía el río desde las fincas que inundaba en el sector rural, los enlazaban trayéndoles a la orilla.
Era una gran proeza. Nuestro Río tutelar, el Tuluá, nace en las Lagunas de las Mellizas y Las Azules, entre Barragán y Santa Lucía; tiene un recorrido de 72 kilómetros.
En días pasados regresé a la desembocadura de La Ribera al Río Morales y que sorpresa, la quebrada llega a su final agonizando, reclamando agua a quienes contemplamos su angustia y en iguales condiciones está el Morales, Y qué decir del Río Tuluá, se nos está muriendo.
Ese río que conocimos sus vecinos, le temíamos a sus crecientes y en tiempos normales, recuerdo a los pescadores, quienes, gracias al gran caudal del río, sacaban toda clase de pescado como la Trucha Arco Iris, que sembraron en Barragán, Bocachico, Barbudo, Sabaleta, se pescaba de todo. Hoy no tenemos nada y de eso debemos de sentirnos culpables.
A medida que se ahonda en el conocimiento de los ecosistemas tropicales, se hace cada vez más evidente su rica diversidad y su tremenda complejidad. Las relaciones de interdependencia de los diferentes componentes de cada comunidad biótica son necesariamente muy intrincadas.
Las perturbaciones provocadas por el hombre pueden trastornar y aun arruinar el equilibrio biológico alcanzado por cada especie a lo largo de millones de años de historia evolutiva. No es de extrañar, por tanto, que se recomiende la máxima cautela de todos nosotros cuando se trata de salvar el RÍO.