El campo de concentración de Sachsenhausen es el más cercano a Berlín, ubicado en Oranienvburg, construido por los nazis en 1936 y utilizado en principio como campo de concentración para confinar indefinidamente a: políticos, judíos, homosexuales, polacos, gitanos, prisioneros de guerra, entre otros. Posteriormente se convirtió en campo de aniquilación. En ese lugar, además se realizó -con mano de obra judía- una de las falsificaciones monetarias más famosas de la historia: la “operación Bernhard”, que consistía en elaborar dinero falso en la Alemania Nazi, en el marco de la segunda guerra mundial para desestabilizar las finanzas del Reino Unido, ahogándolo así con moneda falsificada para generar inflación y devaluar el importe de la moneda británica.
En la entrada al campo, se lee un discreto letrero en las rejas de metal: “Arbeit macht frei” “el trabajo te hace libre”. Cuando visité ese lugar, la temperatura marcaba cuatro grados centígrados, sólo se escuchaban las pisadas sobre los guijarros y se percibía cierto aroma a humedad, que saturaba el ambiente. Todo el campo está cercado con alambradas, antecedidas de paredes y garitas. El paraje está cubierto por una sombría paleta de colores que difícilmente escapa al gris intenso en un día como el descrito. Las barracas, muy pocas de ellas aún en pie –otras demolidas y preservando su área con linderos de cemento y roca-, permiten al visitante recrear mentalmente la magnitud de los campos, el severo hacinamiento de los presos, que recrea un olor a rebaño y una sensación de desesperanza. Se pueden mirar también densas filas de camarotes de madera rústica de tres niveles, de estructura muy elemental, que colindan con una habitación donde se encuentran docenas de baterías sanitarias. Luego se observa un pequeño salón de objetos que humedecen la mirada: uniformes de lino a rayas, cabello humano, anteojos, juguetes, maletas, objetos de uso cotidiano, retratos de prisioneros, correspondencia, hornos crematorios para “procesar” humanos. Se puede ver también una unidad de patología, que además de centro para experimentos, servía para extraer partes de los cuerpos de los prisioneros para hacer billeteras, lámparas, agendas… Todo esto recuerda el horror de una época, que jamás se ha de repetir.