Debido a un compromiso académico, en días recientes, tuve la oportunidad de viajar a Europa, continente que además de su relevancia cultural y artística, ha demostrado, en cierto grado, preocupación por la preservación del medio ambiente. En efecto, en una ciudad de las previstas en mi itinerario, pude observar a varios jóvenes portando carteles con mensajes como “Spread love, not CO2” (Irradia amor, no gas carbónico), “There is no planet B” (No hay planeta B), “Don´t destroy your home” (No destruyas tu casa). Pude observar estas mismas demostraciones en otras ciudades, que incluían además, la escritura de mensajes en las calles, similares a los antes mencionados. Acciones como éstas hacen eco a la preocupación de Greta Thunberg y de Patricia Espinosa sobre cambio climático. Esta última, Secretaria Ejecutiva de la ONU para dicho tema, en La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP26), que en estos días se desarrolla en la ciudad escocesa de Glasgow, ha pedido “más ambición”, sobre todo a los países del G20 “para cumplir las metas de reducción de emisiones”; por su parte el presidente de la COP 26 Alok Sharma, puntualizó que “el diálogo es la última y mejor esperanza”. Estas manifestaciones, se lee en internet, demuestran un marcado interés “por el futuro del planeta y de la humanidad, ya que se espera que los países participantes se pongan firmemente de acuerdo para aumentar sus objetivos de reducción de emisiones de metano, con el fin de limitar el calentamiento global”. No obstante lo anterior, el mundo aún está lejos de lograr este objetivo, debido a las promesas incumplidas de algunos países que firmaron el Acuerdo de París. Esta falta de compromiso se detecta también en la referida conferencia, debido a que a este evento no asistieron los presidentes de China y de Rusia, quienes debido a los niveles de emisión de metano que generan sus países, tienen mucho que decir y hacer frente a esta problemática. Así las cosas, es menester tomar acciones conjuntas y respetar los acuerdos, puesto que la contaminación no tiene en cuenta idiomas ni fronteras. De lo contrario, los países altamente industrializados acumularán más riquezas, que no podrán disfrutar, toda vez que la calidad del agua que tomamos, de los alimentos que ingerimos y del aire que respiramos, acabará con la posibilidad de seguir viviendo en este planeta.