Este domingo, quinto del tiempo ordinario en la liturgia de la iglesia, el evangelista San Lucas nos muestra un pasaje en el cual los apóstoles están dedicados a la pesca, que era su oficio, lo habían intentado toda la noche, pero no pudieron pescar nada. Al amanecer se les aparece Jesús que le insinúa a Pedro que eche las redes.
Él obedeciendo esta indicación del maestro, las echa al agua y, dice el texto bíblico, que eran tantos los pescados que atraparon que tuvieron que pedir ayuda de los amigos que estaban en la otra barca.
Qué bueno fuera que toda nuestra vida fuera una constante obediencia al plan de Dios. Que cada día nuestras acciones sean para cumplir con todas las normas establecidas por nuestro Padre celestial.
Así lo decimos en el padre nuestro cuando oramos, “hágase su voluntad en la tierra como en el cielo”, sin embargo, no los cumplimos a cabalidad. Si, por ejemplo, cumpliéramos el mandamiento de no matarás, respetaríamos la vida desde el vientre materno, evitaríamos tanto derrame de sangre que llena de dolor a tantas familias de nuestra patria y de nuestra región.
Si cumpliéramos el mandamiento de no robarás respetaríamos la propiedad ajena como un don sublime que nos permite adquirir bienes y tenerlos para nuestro uso diario y el de nuestros seres queridos.
Siempre es posible acercarnos a Dios, siempre estará de nuestro lado para acompañarnos para ayudarnos en nuestros momentos mas difíciles, siempre, como a Pedro, nos dirá lo que tenemos que hacer, con la certeza de que él realiza el milagro de cada día, de darnos su amor de Padre, su perdón, su paz, el alimento y el trabajo de cada día y sobre todo de darnos el regalo de la vida. Siempre en todo momento tenemos que tener la certeza de que él nos escucha, de que él atiende nuestras súplicas y que si estamos dispuestos a cumplir su santa voluntad él nos dará bendiciones a manos llenas