Hace poco tuve una desagradable experiencia en uno de los restaurantes de Tuluá que se ha distinguido por la buena calidad de sus productos. Gran sorpresa me llevé cuando pregunté por el contenido de un plato especial y la actitud del mesero fue de desconocimiento total. “No tengo idea”, dijo tajantemente.
Pero es que de entrada percibimos (llegué con mi familia) que las cosas no pintaban bien, pues los meseros no tenían la mejor actitud, a duras penas nos dieron la bienvenida. Nos acomodamos y pedimos un churrasco, una punta de anca y una bandeja paisa, platos que esperábamos compensara la descortesía de los empleados. Pero no, las carnes normalitas, nada del otro mundo, la ensalada que las acompañaba muy mal presentada y el aderezo de la papa cocida no tenía buen sabor. Sin embargo, la gran decepción la tuvimos con la bandeja paisa, un plato con sabor nulo. Lo que sí no varió con respecto a lo prometido fue la cuenta, esa llegó tal cual estaba en la carta.
Un detalle que se me olvidó contar es que al terminar de consumir los alimentos casi que nos quitaron los cubiertos de las manos y de inmediato preguntaron si nos traían la cuenta y eso que en el establecimiento solo había dos mesas ocupadas. Quiero creer que el joven que nos atendió estaba cansado, terminaba su turno y quería salir corriendo.
Me quedó un mal sabor en la boca y por esa razón cuento esta historia, porque por lo general los dueños de esta clase de negocios ignoran el comportamiento de sus colaboradores y cómo estos llevan al traste tantos años de esfuerzos y sacrificios.
Señores propietarios, hagan seguimiento a la atención que están brindando, párense de los escritorios y observen lo que sucede porque recuerden que un cliente contento regresa.
Por lo pronto, yo no regresaré a ese restaurante…