Saliendo de Madrid son casi seis horas en carro recorriendo el sur de España en medio de infinitos olivares hasta llegar a Fuente Vaqueros, pequeño poblado de la comarca de La Vega de Granada, provincia de la comunidad Autónoma de Andalucía, la región de España que todavía deja sentir el espíritu de casi setecientos años de invasión árabe, o mora, como dicen allí y donde nació el poeta y dramaturgo Federico García Lorca.
Quería respirar ese aire con sabor a olivos, a tierra “sin agua, de pozos, donde nadie quiere ir” como dice la abuela en un parlamento de La casa de Bernarda Alba, obra de teatro que dirigí con las estudiantes del colegio Nazareth de Tuluá en tiempos de precoz osadía juvenil.
Fuente Vaqueros es un poblado bucólico, casi fantasmal, donde menos de cinco mil habitantes no salen de sus casas y eso que estuve allí iniciándose la primavera y el clima es benigno, agradable. La casa museo donde nació el poeta es de las que aquí llamamos de estilo republicano, de dos pisos con techos de tejas a dos aguas, sus gruesas paredes de adobe separan dos habitaciones, pequeñas por demás, la sala, el comedor y un estrecho túnel que las une con el corredor central, seguro para que pase el aire fresco de la tarde y donde el niño poeta se escondía de sus pilatunas.
Esta casa tiene un patio central amplio, con aljibe y su noria aún funcional, frontera con las bodegas que salen a la otra calle y donde se almacenaban las cosechas del padre agricultor.
García Lorca pasó a la historia por su poesía infinita de amor y dolor, por su dramaturgia que huele a tierra española, gitana, desgarradora, pasional como ninguna, pero sobre todo trascendió por la forma cruel como lo asesinaron, torturado primero y fusilado después, víctima del fanatismo político de los franquistas que le endilgaron una militancia de izquierda que jamás tuvo, nunca le interesó esa política cerrera que llevó a la guerra civil española, lo mataron por poeta, por marica, tal vez, porque los prejuicios atávicos que describió en La casa de Bernarda Alba, desnudaba una realidad que la izquierda y la derecha en España aún practican, así la disfracen de buenas maneras parlamentarias.