El Estado devino en patrimonio asaltable, ya no en despoblado, como en las primitivas maneras de la delincuencia, sino en público. Con toda desvergüenza. Por ello, cada uno de nosotros, tiene la obligación de devolver el brillo a las ideas para que alienten los actos del futuro. Ahora vemos que lo que se acepta y proclama es lo inmediato, esté o no ceñido a un conjunto de tesis. Es lo del “ahora”, en esto debemos de tener cuidado pensando en el futuro. No se puede sostener, en vilo del amor, ninguna concepción ni sobre la patria, ni sobre el mundo. Hay que ser tercos en la defensa de las ideas. Estas alindan nuestros actos, les dan contenido, les entregan permanencia. Por eso tenemos que reclamar que ellas sean un conjunto claro, explícito, que nos permita identificarlas. Si hay sombras ideológicas, si se desdibujan los pensamientos sociales y humanos, vamos perdiendo el camino, el de la patria, que es la que reclama que sus integrantes obedezcan a una regla. No hay que olvidar que el maestro Alfonso Reyes, nos dejó la admonición que debemos de escuchar, cumplir y custodiar: “la civilización se hace de moral y de política”.
Esto nos indica que necesitamos tener una táctica como personas y como comunidad. ¿La tenemos?
Esa es la pregunta que debía inquietarnos. Y es la que deseamos que permanezca, que ella nos inquiete a todos que logremos tranquilidad a todos los estamentos.
Para adquirir y ejercer una conducta, es indispensable buena dirección del Estado. Todo generalmente – desde el presidente hasta el último inspector – es una especie de pedagogo social. De lo que haga o de lo que omita dependerá esencialmente el comportamiento colectivo, con su principal misión. A ella debe ceñirse con preocupación de guía. El es el vigilante que ha puesto el pueblo para que le indique rumbos, metas, dificultades, para que avive las esperanzas, pero básicamente para que le señale el camino. Y el proceder comunitario, dependerá de su rigor y de su enseñanza.