Entre las múltiples experiencias que nos permite nuestro mundo emocional se encuentra el sentimiento de nostalgia. De vivir del recuerdo, un viaje imposible pero añorado hacia nuestro pasado. Hoy por ejemplo tengo nostalgia de los bailes de los 80, en donde disfrutábamos de la música tropical, los boleros románticos, el porro y hasta la salsa y la charanga. Esas rumbas nos servían para relajarnos, con esos sonidos manteníamos el cuerpo y la mente en movimiento mientras bajábamos la intensidad del estrés. Pero ahora todo es diferente.
De pronto, uno se siente invadido por imágenes, luces fuertes, reggaetón y música electrónica que no tienen una sola palabra que nos motive al romanticismo y al amor, por el contrario nos aturden con sus letras groseras e insinuantes. Este hecho me preocupa porque la música ha tenido gran influencia en la sociedad desde hace muchos años y sobre todo en los jóvenes.
Ahora todo ha cambiado y, como si fuera poco, cuando nos invitan a una fiesta para celebrar la juventud, a los mayores de 60 años nos ubican en las mesas de atrás porque a los muchachos hay que darles la prioridad para que salgan a la pista a brincar y mover la cola como los indígenas del ayer, cuando buscaban el poder de los espíritus.
Hace poco estuve en unos 15 años y desde muy temprano estuve dispuesta a disfrutar pero, esta vez, viendo bailar a los de la nueva generación. Por esa razón me senté a esperar que los jóvenes salieran a bailar bachata, salsa o merengue en parejas, algunos más pegaditos que otros, por aquello de los sentimientos y la atracción, pero lo que vi en su reemplazo fue un nudo humano, una manada que no paró de brincar y que se juntó solo para “perrear”.
Las mujeres ya no esperan llegar a sus casas para quitarse los zapatos y descansar. Ahora las niñas, en plena fiesta, deciden quedar a pie limpio para sentirse más cómodas, así pierdan el glamour.
Pero ya no podemos hacer nada, como dicen los psicólogos, esa es la nueva generación y debemos aceptarla tal como es, sin ataduras, sin esquemas.
Por eso le pregunto hoy a William Gómez Narváez, ¿cuándo volverás a organizar una fiesta “chispúm” para los viejitos, en la que podamos gozar a nuestro estilo, es decir, pegaditos, mirándonos a los ojos y con los zapatos bien puestos?