Esta sentencia bíblica que se repite en muchas ocasiones en la Sagrada Escritura tiene mucha vigencia en medio de nuestra realidad cotidiana. Con frecuencia nos creemos dueños de la vida de los demás, señalamos con el dedo índice de manera inquisitoria, las acciones de quienes están a nuestro lado, criticamos y juzgamos las acciones de los demás como si nosotros estuviéramos libres de culpa y fuéramos los más santos de la historia de la salvación.
Con el pretexto de que somos chismosos por naturaleza y que por eso nos dicen los orejones, creemos que podemos acabar con la reputación de los demás, con la imagen y la dignidad de los que están a nuestro alrededor. Tenemos la fea costumbre de criticar, hacer comentarios mal intencionados de los otros, aún sabiendo que esto constituye, no solo un pecado grave considerado dentro de los mandamientos (no levantar falsos testimonios ni mentir) sino que incluso puede ser considerado un delito cuando difamo o calumnio con mis comentarios a los demás.
Si una cosa tenemos que aprender de San José, a cuyo patrono nos encomendamos en este año, de acuerdo a lo sugerido por el Papa Francisco, es que tenemos que ser prudentes, pues él lo fue al no denunciar a María la cual podía haber sido considerada como adúltera y habría sido lapidada.
Debemos guardar silencio y en lugar de levantar calumnias o comentarios mal intencionados, y si nos parece mal el accionar de alguien, acerquémonos a esa persona y con cariño dialoguemos con ella y hagamos la corrección fraterna que también nos sugiere la palabra de Dios. Así evitaremos problemas mayores y construiremos una patria en paz.