Hay muchas personas, entre esas yo, que difícilmente admitimos los errores que cometemos y con ello, en realidad, lo que estamos demostrando es un comportamiento terco. Según los estudiosos del tema, los tercos no asimilamos que hemos actuado mal porque nos aferramos casi patológicamente a nuestras actitudes.
A veces no hay una razón de por medio, o incluso beneficios, solo lo hacemos porque abrazamos en exceso nuestra terquedad.
Es más frecuente escuchar que perdonamos a alguien que reconocer aquello de “me equivoqué”. Es difícil aceptar con responsabilidad y honestidad que se ha cometido un error porque la culpabilidad es un peso grande.
En general, preferimos aparentar, presumir que somos seres intachables, que no fallamos, que no cometemos errores y que todo está bajo control.
Pero lo cierto es que somos humanos y también nos equivocamos, todos lo hacemos en alguna etapa de nuestra vida. Además, el equivocarse es una oportunidad que nos ayuda a crecer y a mejorar como personas.
Increíble pero cierto, hasta yo, que me considero un poco terca, percibo que, aunque mentir puede ser imperdonable para muchos, aquellas personas que no admiten sus errores llegan a ser desesperantes y, pese a que se les intenta hacer ver los errores que han cometido, incluso con evidencias, no entienden o no quieren ver lo evidente.
Otro factor que provoca la manía de ocultar los errores o no asumirlos, es la idea errónea de que aceptar un error es mostrar debilidad. En algunos casos se debe a la presión de demostrar que no puede fallar o por puro orgullo, también puede ser irresponsabilidad personal que tiene mucha relación con la inmadurez. A estas personas, que son tercas a morir (aclaro que hasta ese punto no llego), les es difícil trabajar en equipo y asumir su responsabilidad.
Como definitivamente no me gustan las personas tercas, me comprometo a trabajar en el tema porque alguien por ahí dijo: “la terquedad es la fama del necio, cuando repite lo que intenta y no aprende de él”.