Cuando llegué a la Universidad del Valle en 1966 a estudiar Letras, el decano de la Facultad de Filosofía, Letras e Historia era mi inolvidable maestro Oscar Gerardo Ramos, quien la había fundado dos años antes contando con el patrocinio de las fundaciones norteamericanas, en especial de la Rockefeller.
Estudiar allí resultó ser un lujo que solo el paso de los años vino a ser constatado. No solamente por lo que aprendí, cuanto por lo que pudo servirme de trampolín para mi vida literaria y para gestar un liderazgo del que no he podido desprenderme ni llegando a los 80.
Pero es que por esos días se juntaron allí muchos factores. El esquema fundacional de la Facultad estaba copiado de la estructura de escuelas similares norteamericanas aunque el eje fundamental de la enseñanza se daba sobre la cultura francesa y norteamericana, minimizando la amplitud tradicional que se daba a la literatura española. Pero el honor, el impulso y la sapiencia lo otorgaban la excelsitud de los profesores que nos tocaron.
Eran de nivel de doctorado y nos los trajeron como maestros de pregrado. Tuvimos entonces a un Walter Langford, el experto en literatura mexicana. A un John Newabuer, el discípulo de Luckás. A Jorge Zalamea, de nuestras escalinatas.
Al famoso historiador chileno Retamal. Al francés Jean Bucher, traído desde La Sorbona. Y de esa magnitud y nivel los demás que ayudaron a ser lo que somos. Muchos de mis compañeros terminaron iluminando el horizonte de la literatura nacional como inmensos catedráticos y escritores : Carmiña Navia, Eduardo Serrano, Harold Alvarado Tenorio, Amparo Urdinola.
A todos ellos, y en recuerdo a esos sapientísimos profesores ya desaparecidos, la Universidad del Valle celebró elegante ceremonia para honrarnos al cumplir 60 años. Inhabilitado como estoy de asistir a tantos eventos prefiero asirme a la añoranza de los imborrables años y esperar que la historia enmarque lo orgulloso que me siento de la Facultad donde me gradué.
Sin duda me alcanzó el pasado.